No es muy original, lo sé, pero me considero un pelmazo de primera en cuanto a las aventuras y desventuras del doctor Joel Fleischman, y sus compañeros de fatigas: Yahoo account Create Maggie O’Conell, Chris Stevens, Maurice Minnifield, Ed Chigliak, Holling, Shelly, Mailyn, Ruth-Anne...
http://howcreateaccount.com/
Desde que ví por primera vez esa serie, gracias a mi amiga Alicia, me sentí absolutamente subyugado por ese pueblecito llamado Cicely, por las crónicas radiofónicas de Chris por la mañana, por la electricidad entre el doctor y la piloto (no hay piloto más sexy que la O’Conell), el caciquismo visionario del ex-astronauta Minnifield, por la sabiduría indiana de Mailyn y la occidental de Ruth-Anne y, cuesta decirlo, enamorado de la ingenuidad Ed, ese joven indio, aprendiz de Chamán y loco del cine clásico.
En un caso que, a mi entender, sólo se ha dado también con Los Simpson (aunque una y otra no tengan absolutamente nada que ver), Doctor en Alaska ha contado con el estado de gracia permanente de sus guionistas, Josua Brand y John Falsey, dos tipos que debían ser personas permanente expuestas a altas radiaciones de originalidad, buen humor, lirismo y ensoñación. Expuestos permanentemente a la genialidad, en suma; y así fue como escribieron tan maravillosa historia, y supieron reflejar toda esa exposición a sus guiones y brindarnos a los mortales una serie inteligente, tierna, caústica, llena de amor por la naturaleza, por el ser humano y de buen humor. Buen humor en el sentido de humor del bueno.
Recientemente, ese tesoro que me cuida por las noches en su acogedora charca, me ha puesto en bandeja la primera temporada de tan magnífica obra y está bajando todo lo demás. Sencillamente la amo por ello, también.
Curiosamente, Doctor en Alaska fue una serie que nació sólo con 8 capítulos para cubrir un hueco de verano y el éxito fue tal que luego hubo otras seis temporadas , éstas ya con más de 20 capítulos cada una. Y, apesar de todo, no pudo sobrevivir a la ausencia del médio judío neoyorkino...
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Desde que ví por primera vez esa serie, gracias a mi amiga Alicia, me sentí absolutamente subyugado por ese pueblecito llamado Cicely, por las crónicas radiofónicas de Chris por la mañana, por la electricidad entre el doctor y la piloto (no hay piloto más sexy que la O’Conell), el caciquismo visionario del ex-astronauta Minnifield, por la sabiduría indiana de Mailyn y la occidental de Ruth-Anne y, cuesta decirlo, enamorado de la ingenuidad Ed, ese joven indio, aprendiz de Chamán y loco del cine clásico.
En un caso que, a mi entender, sólo se ha dado también con Los Simpson (aunque una y otra no tengan absolutamente nada que ver), Doctor en Alaska ha contado con el estado de gracia permanente de sus guionistas, Josua Brand y John Falsey, dos tipos que debían ser personas permanente expuestas a altas radiaciones de originalidad, buen humor, lirismo y ensoñación. Expuestos permanentemente a la genialidad, en suma; y así fue como escribieron tan maravillosa historia, y supieron reflejar toda esa exposición a sus guiones y brindarnos a los mortales una serie inteligente, tierna, caústica, llena de amor por la naturaleza, por el ser humano y de buen humor. Buen humor en el sentido de humor del bueno.
Recientemente, ese tesoro que me cuida por las noches en su acogedora charca, me ha puesto en bandeja la primera temporada de tan magnífica obra y está bajando todo lo demás. Sencillamente la amo por ello, también.
Curiosamente, Doctor en Alaska fue una serie que nació sólo con 8 capítulos para cubrir un hueco de verano y el éxito fue tal que luego hubo otras seis temporadas , éstas ya con más de 20 capítulos cada una. Y, apesar de todo, no pudo sobrevivir a la ausencia del médio judío neoyorkino...